Imprescindibles, ¿o no?

¿Te digo la verdad? En mi vida, jamás, me importó la Fórmula 1. Será porque cuando corría el gran Carlos Reutemann yo era muy chica, o porque en mi casa no se hablaba de automovilismo, si ni siquiera teníamos auto.

Lo único que recuerdo es que los domingos a la mañana no podíamos ver nada en la tele porque ATC solo transmitía carreras de autos. íListo! ya deschavé mi edad. Era así, seguro alguno de ustedes lo recuerdan. Si hago un esfuerzo, tampoco creo haber conocido una persona que viera esas carreras en mi círculo más cercano.

Pero en estos días, un furor inesperado ha invadido las redes y los programas de televisión en Argentina. Me llama la atención la pasión con la que los fierreros han salido de sus silenciosos rincones para contagiarnos a todos de una pasión inusual. Las redes sociales nos muestran Colapintos en entrevistas, en fotos, sonriendo, sacándose el casco, tomando mate.

“¿Qué pasó?” le pregunté a mi marido, quien muy pacientemente averiguó en detalle y luego me explicó todo el intrincado tejido de escuderías, carreras y autos del mundo automovilístico.

Aún con esa información, yo seguía inquieta, asombrada. Quería entender algo más, qué fue lo que generó este furor, este interés impensado para mí y, por lo visto, también para una gran cantidad de gente que, de un día para el otro, se lanzó de cabeza a la Fórmula 1. Necesitaba saber a qué atribuirle esta rareza, y me puse a investigar. El recorrido me llevó por varios temas de discusión: ¿la siempre presente pasión argentina?; ¿la necesidad de buscarnos un ídolo que desvíe nuestra atención hacia temas mas alegres y banales que nuestra realidad?; ¿la búsqueda de un nuevo semi Dios que nos eleve por encima de los demás mortales?… Evaluaba estas opciones, y varias más, hasta que la respuesta vino a mí en un reel de Instagram, una entrevista donde un pequeñito Colapinto contaba que su sueño era, algún día, correr en la F1.

íEureka, eso es!, me dije. La razón principal por la que hoy me interesa la Fórmula 1, las carreras, escuderías, autos, etc, no es el deporte en sí (con perdón de los fierreros), sino por la persona que está debajo de ese casco y ese mameluco lleno de sponsors. Esa persona que, una vez, no hace tanto, fue niño y soñó.

En el video, un Franco Colapinto de nueve años cuenta que sueña que un día será corredor de la F1 (hay un video en youtube, por si lo quieren buscar), así como Diego Armando Maradona soñó con ser campeón del mundo, y Angelito Di María con jugar en la selección. Un niño muy talentoso y afanado en Madrid soñó con ganar el Roland Garrós (Rafael Nadal) y una Gabriela Sabatini de doce años soñaba con jugar al tenis toda su vida mientras usaba la pared del patio de su casa para practicar.

Me vi casi todos los videos de estos deportistas y muchos más, entre ellos Peque Pareto, Emanuel Ginobili, Lucha Aymar, Agustín Pichot y Serena Williams. A ninguno de ellos le fue fácil el recorrido, las historias son de persistencia, lucha, mucha garra y asombrosa disciplina. No alcanzó con el don con el que nacieron, tuvieron que soñar. Luego, trabajar mucho para hacer ese sueño realidad. Y al final, solo al final, la emoción y la satisfacción.

Entonces, amigos, después de varios días y muchas hipótesis pude llegar a mi conclusión. No es la fórmula 1, ni el fútbol, ni el hockey, ni el rugby. Es el poder de los sueños lo que emociona, lo que genera un interés que conmueve, lo que nos hace apoyar, manejar cientos de kilómetros para ir a ver una carrera, y memorizarnos una serie de datos totalmente ajenos, solo para apoyar a quienes admiramos. Un día, este niño soñó… luego, muchas cosas empezaron a suceder.

Fuente: eltribunodejujuy.com

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